Un buen porcentaje de mis amigos se han divorciado. Es doloroso reconocer que las generaciones que nacimos en los años 60 y en las décadas posteriores, recibimos un mundo carente de unidad. Muchos no tuvieron la seguridad de vivir con papá y mamá juntos, o percibieron que el mundo era muy frágil e inseguro por la violencia intrafamiliar de la que fueron testigos. Valores como la fidelidad, la entrega y el sacrificio no significan nada para ellos, porque vieron que sus padres nunca los practicaron. Tengo sobrinos de familias integradas que, al ver el dolor que viven sus amigos de padres divorciados, no quieren saber nada del matrimonio. ¿Para qué casarse –dicen– si eso es pura sufridera?
La cultura actual no ayuda a la estabilidad del matrimonio. Se dice que la única solución ante cualquier crisis es la ruptura. Artistas, políticos y deportistas –modelos de muchos– se casan y descasan. ‘Divórciate’ se sugiere –casi como mandato–en la hora de un aprieto. Términos como ‘perdonar’ o ‘una segunda oportunidad’ aplicaban para nuestras abnegadas abuelas, pero no para nosotros que pensamos que la vida son vacaciones, en las que hay que buscar el bienestar a toda costa. ¿Que no funciona el matrimonio?, pues se hace ‘click’, como al cerrar una ventana de una página web y basta. ¿Qué se sienten incómodos uno con el otro? Pues se acaba la relación y basta. Al fin que es más complicado terminar un contrato de telefonía celular –18 meses– que finiquitar los trámites del divorcio.
Me duele, sí, que muchos de mis amigos se hayan divorciado. Su dolor también es el mío, porque el matrimonio no es sólo cuestión de dos. Es cosa pública que nos afecta a todos. Ver a sus familias en pedazos me hace orar por ellos y sentirme solidario con sus dolores.
Desestructurar la familia es uno de los objetivos del Nuevo Orden Mundial, y muchos de mis amigos, con sus hijos, han sido las primeras víctimas. Sacar a la mujer de casa y ponerla a trabajar fue el primer paso. Luego se introdujo el divorcio, la mentalidad anticonceptiva y después el aborto. ¿Qué sigue? Ahora hay que meter a todos la ideología de género hasta por debajo de la lengua para hacer creer que la familia del hombre y la mujer es una opción anacrónica, y que existen nuevos modelos familiares igualmente válidos. Entonces seremos una sociedad amorfa, compuesta por individuos apocados y pedazos de familias, plagada de heridas emocionales, donde sólo el Estado será el educador, el legislador, el que determine lo bueno y lo malo para todos, según sus intereses.
Decir familia fundada en el matrimonio indisoluble del hombre y la mujer, abierta a la procreación y educación de los hijos, es decir futuro. Sin este concepto no habrá esperanza ni sociedad. Y por más que el Nuevo Orden Mundial, liderado por Estados Unidos y la Unión Europea, se empeñe en cambiar la naturaleza humana, jamás un bebé aprenderá a decir ‘Obama’ como su primera palabra. Esta, naturalmente, seguirá siendo ‘mamá’ o ‘papá’. (Pbro. Eduardo Hayen ).